miércoles, 13 de marzo de 2013

los licántropos del bosque





En un principio ella se desconcierta.

Para alarmarse enseguida

al no diferenciar la predestinación

de otros murmullos dudosos.

Platino, tamoxifeno.




Yo sé que se aguanta de pie, o que ya

no lo soporta, según la sueñe.




Sé que no me reconoce

debido a sus pómulos fríos, cuando

la beso y no está frente a mí.

Yo sé que no me quiere ahora

porque no se acuerda.




(La gota que rebosa el ojo.




En el Parque lo atestiguan

los muertos, clama

el charlatán al poco de cuajar

su infusión de cristal y ceniza.)




Por teléfono me cuenta la congoja

de su piel, los vómitos grises

o la forma que ha concebido

para no morir, no todavía.




Y ella se despreocupa y da

su brazo a torcer a los fantasmas,

doctores intachables
de lo iluso.

Luis Miguel Rabanal




William Kentridge

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